Hoy fui testigo de una situación que me hizo reflexionar sobre los ritos y costumbres que cargamos sin cuestionarnos y que realizamos de forma automática. A un proveedor de un bar se le cayó la bolsa con el pan del día, inmediatamente me vino la imagen de mi abuela, una señora muy creyente llena de rituales cotidianos, y en la misma fracción de segundo me vi a mí mismo apenas unos días atrás haciendo la misma acción antes de arrojar un pedazo de pan por la ventana de la cocina para que los pájaros (o la perra) lo disfruten: besar el pan. Esa acción la heredé de mi abuela, el pan como representación del cuerpo de Cristo y el rito de besarlo antes de desecharlo para inferir que no es desprecio y "que nunca nos falte". En esos instantes que duran los recuerdos en llegar, no le dije nada al proveedor porque ya había pateado la bolsa, la enganchó con el calzado y la levantó sin importarle lo sucedido.
Sócrates cuestionaba audazmente las creencias populares de su tiempo. Él pensaba libremente sobre asuntos que los demás atenienses consideraban que estaban cerrados a la discusión. Su hábito de acosar a las personas con preguntas penetrantes y acorralarlas en diálogos críticos acerca de las costumbres que aceptaban terminó por llevarlo a la muerte. Su incesante cuestionamiento de tradiciones fuertemente arraigadas hizo que los líderes atenienses lo acusaran de “corromper a la juventud”. Como resultado, le llegó su último trago. Los demás atenienses recibieron un mensaje claro: ¡Todos los que cuestionen las costumbres establecidas correrán el mismo destino!
Ahora, la pregunta es: ¿De dónde vienen las costumbres que tenemos? ¿Qué fundamentos tienen? ¿Son meras prácticas paganas? ¿Qué diría Sócrates de besar el pan?
En la vida cotidiana, los rituales emergen como vestigios de una tradición que apenas comprendemos pero que, sin embargo, repetimos con devoción. Este pequeño relato cotidiano sobre besar el pan evoca una escena que muchos hemos vivido: un gesto aprendido, casi sacramental, cuyo origen no siempre cuestionamos. Ese beso, aparentemente insignificante, guarda en su interior siglos de simbolismo: desde la Eucaristía cristiana hasta la reverencia hacia los alimentos en culturas agrarias que veneraban lo que la tierra ofrecía con esfuerzo.
En este gesto de besar el pan se inscriben las tensiones entre la religión y el pragmatismo, entre el respeto por los objetos sagrados y la indiferencia de un mundo secularizado que, como el proveedor del bar, ha perdido incluso la incomodidad ante tales situaciones.
Aquí cabría preguntarse: ¿qué haría Sócrates ante esta escena? Quizás me habría abordado con su habitual ironía para preguntarme: "¿Ese beso es un tributo a Cristo o una súplica a los dioses de la escasez?"
El beso al pan puede parecer más una superstición que una devoción auténtica. En un tiempo donde las certezas religiosas se diluyen ante el pragmatismo del mundo moderno, tal vez el proveedor del bar haya encarnado, sin saberlo, al hereje contemporáneo: aquel que, sin besar ni disculparse, lanza el pan al suelo y lo recoge con el desdén propio de quien no espera milagros de su bocado cotidiano. ¿Y si besamos el pan, no por reverencia, sino por miedo a la falta? ¿Es devoción o simple reflejo condicionado?
Gabriel García Márquez, en Cien años de soledad, pinta con maestría la repetición ciega de costumbres en Macondo: actos vacíos que las generaciones repiten porque “así siempre ha sido”. Algo similar podría decirse de besar el pan. ¿Es una conexión con nuestras raíces o un eco vacío del pasado?
Si algo nos enseñó Sócrates es que cada gesto cotidiano encierra una posibilidad filosófica. Nos invita a cuestionar de dónde provienen estas prácticas, qué las sostiene y si aún tienen valor en nuestra existencia contemporánea. En última instancia, besar el pan puede ser tanto una afirmación de humanidad como una inercia sin sentido.
¿Vos seguís ritos aprehendidos en la infancia de manera automática?